El concepto del pueblo de Dios ha sido fundamental en la teología y la historia religiosa a lo largo de los siglos. Desde el Antiguo Testamento hasta el presente, la idea de un grupo selecto elegido por Dios ha sido objeto de estudio, debate y reflexión. ¿Quiénes son considerados los elegidos en el pueblo de Dios? En este artículo, exploraremos este tema desde una perspectiva bíblica y examinaremos cómo se ha desarrollado a lo largo de la historia.
Los elegidos en el Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento, el pueblo elegido de Dios era Israel. Desde el llamado de Abraham en Génesis, Dios hizo una promesa de bendición y protección para la descendencia de Abraham. A lo largo de la historia de Israel, vemos cómo Dios los guía, los protege y los escoge como su pueblo especial. El libro de Éxodo relata cómo Dios liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto y los condujo a la tierra prometida. A lo largo de la historia de Israel, vemos cómo Dios instruye al pueblo a seguir sus mandamientos y a adorar solo a Él. Los profetas también juegan un papel importante en la relación entre Dios y el pueblo de Israel, llamando a la obediencia y anunciando el juicio de Dios en caso de desobediencia.
Sin embargo, es importante destacar que ser considerado parte del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento no dependía solo de la ascendencia étnica, sino también de la fe y la obediencia. A lo largo de la historia de Israel, vemos que el pueblo pudo ser excluido del favor y la protección de Dios si se alejaban de Él y adoraban a otros dioses.
Los elegidos en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, la llegada de Jesucristo cambió la forma en que el pueblo de Dios era definido. A través de su muerte y resurrección, Jesús abrió las puertas a la salvación para todas las personas, no solo para los judíos. En el libro de Hechos de los Apóstoles, vemos cómo el evangelio se extiende más allá del pueblo judío y cómo se establecen comunidades de creyentes formadas por judíos y gentiles.
Según el Nuevo Testamento, aquellos que aceptan a Jesucristo como su Salvador y Señor y siguen sus enseñanzas son considerados parte del pueblo de Dios. No importa su origen étnico o su posición social, lo que importa es su fe y su compromiso con Cristo. El apóstol Pablo enfatiza esto cuando escribe en su carta a los Gálatas: "No importa si uno es judío o no judío, esclavo o libre, hombre o mujer; todos son uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:28 NVI).
Además, el Nuevo Testamento también habla de una iglesia universal compuesta por todos los creyentes en Jesucristo. Esta iglesia es considerada el cuerpo de Cristo y tiene la tarea de llevar el evangelio al mundo y vivir de acuerdo con los mandatos de Dios.
¿Quiénes son considerados los elegidos hoy en día?
En la actualidad, aquellos que tienen fe en Jesucristo y lo siguen son considerados parte del pueblo de Dios. No importa su origen étnico, su nacionalidad o su trasfondo social, lo que importa es su relación personal y su entrega a Cristo. El apóstol Pedro escribe en su primera carta: "ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo que Dios se ha adquirido para proclamar las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:9 NVI).
Sin embargo, es importante señalar que no todos los que se llaman a sí mismos cristianos son parte del pueblo de Dios. Jesús advierte en el Evangelio de Mateo que no todos los que dicen “Señor, Señor” entrarán en el reino de los cielos, sino aquellos que hacen la voluntad del Padre celestial (Mateo 7:21).
¿Cómo podemos discernir si somos parte del pueblo de Dios?
El discernimiento de la pertenencia al pueblo de Dios no se basa en el origen étnico, la membresía en una iglesia o la práctica de rituales religiosos. En cambio, se basa en la fe y el compromiso personal con Jesucristo. La fe implica creer en que Jesús es el Hijo de Dios, que murió y resucitó para la salvación de la humanidad, y que solo en Él podemos encontrar perdón y reconciliación con Dios.
El compromiso personal con Cristo implica vivir de acuerdo con sus enseñanzas y someter nuestra vida a su autoridad. Esto implica amar a Dios por encima de todo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. También implica buscar la santidad y vivir una vida que sea un testimonio del amor y la gracia de Dios.
En última instancia, el discernimiento de si somos parte del pueblo de Dios es un asunto entre cada individuo y Dios. A través de la oración, la lectura de las Escrituras y el buscador de la dirección del Espíritu Santo, podemos tener confianza en nuestra pertenencia al pueblo de Dios.
Reflexiones finales
El pueblo de Dios no se define por el origen étnico o la membresía en una institución religiosa, sino por la fe en Jesucristo y el compromiso personal con Él. A lo largo de la historia, este pueblo ha evolucionado y se ha expandido, incluyendo a personas de diferentes culturas y naciones. El amor y la gracia de Dios son para todos, y aquellos que vienen a Él con fe son considerados parte de su pueblo.
Lee TambiénMisterio y historia en la Puerta Oriental de JerusalénSea cual sea nuestro trasfondo o circunstancias, lo más importante es buscar una relación personal con Dios a través de Jesucristo. A través de Él, podemos encontrar perdón, restauración y una vida nueva. Como miembros del pueblo de Dios, estamos llamados a amar a Dios y a amar a nuestro prójimo, y a vivir de acuerdo con sus mandamientos. En este caminar de fe, encontramos nuestra verdadera identidad y propósito en Dios.
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